Vivir con miedo
- Selva Morey
- Docente principal de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de la UNAP
Ahora vivimos con miedo, con esa sensación desagradable de angustia provocada por la percepción de peligro, real o imaginario que nos acecha ante las ocurrencias que suceden cotidianamente en nuestra vida. No estamos seguros físicamente nunca, dentro o fuera de la casa, aun en ocasiones de entretenimiento o solaz esparcimiento. ¿Qué nos está pasando? Asaltos en el umbral de la casa con violencia física, sino muerte irracional. Balas perdidas que hieren y matan a distancia de los hechos de sangre que ocurren en la ciudad; sometimiento femenino por desacuerdos con la pareja quien consuma su acto con muerte del agredido(a), aún con presencia de criaturas, muchas veces propios hijos del agresor(a). Se va haciendo natural, que los padres maten a sus hijos; los hieran física y psicológicamente; los profesores violen a sus alumnos; las parejas ya no tienen diferencias verbales o hasta físicas que no pasen de simples empellones, sin que salga a relucir un cuchillo para desfigurarlas, una soga para rodearles el cuello hasta el último aliento. Ya atemoriza hasta salir de paseo con la familia o cumplir la rutina de las labores cotidianas por el peligro de encontrar la insanía hecha carne en la más vil representación del animal más feroz que existe: un ser humano desposeído de humanidad. Amén de, todavía tener la esperanza de despertar con bien, sin la amenaza de un desadaptado social que no cuida con responsabilidad su herramienta de trabajo, como el caso de Villa El Salvador, que duele y dolerá por mucho tiempo las más de treinta víctimas mortales que se fueron por obra y gracia de la desidia, irresponsabilidad, corrupción y traición al país que cometen las empresas e instituciones públicas y privadas, cuando no dedican el esfuerzo por dar un servicio de calidad, que sea seguro, confiable; que propicie el crecimiento de nuestra patria ante los ojos de todos y más bien nos denigran mundialmente y afianzan la teoría del “tercer mundo” para el país.
¿Qué falta, por Dios! Descubrir ante los ojos del mundo la podredumbre de nuestras instituciones al más alto nivel de responsabilidad, va siendo también un paliativo que no llega a satisfacer el deseo, que debe ser irrenunciable, de vivir con confianza. No es suficiente.
¿Cómo aprendemos todo? Influenciados de los espejos que tenemos enfrente. Si los niños perciben las mañas de sus progenitores o familiares que los acompañan, aprenderán de ello. Si el empleado público sabe de malos manejos, bien camuflados que realizan los jefes para sacar el “porcentaje” que les corresponde por tal o cual obra, también hará lo mismo. Y así, cuantos ejemplos pueden darse porque los vivimos y conocemos de cerca y de lejos. Infortunadamente, ni la justicia es confiable, pareciera que las leyes se han hecho a gusto y satisfacción del “cliente”; solo basta acomodarlas y escarbar fundamentos para justificar, lo que a todas luces, es injustificable. Pero, como las componendas existen y el dinero mal habido también, pueden, los grupos organizados para delinquir, salvar sus intereses para luego, cambiar sus estrategias y seguir con otra modalidad que les permita continuar cómodamente con su “modus operandi”, mientras tanto el pueblo, aún come su pobreza; no hay trabajo para los jóvenes porque los proyectos, ahora, vigilados y controlados, no constituyen ganancias representativas para sus negocios. Pero, lo que sí existe es la explotación. Jóvenes que intentan ser útiles y buscan en qué ocuparse mientras estudian, caen en las ofertas laborales leoninas. Centros de trabajo temporales, con una paga irrisoria, sin contrato, sin seguro de salud, obligándolos a utilizar, en muchas ocasiones sus equipos propios, con el desmedro del uso que no es reconocido económicamente, de lo contrario no es apto para el puesto de trabajo que postula. Ejemplos abundan, los vivimos diariamente y ahora afrontamos la vida con un componente más, el miedo.
El miedo que va afectando peligrosamente la salud emocional del pueblo. Va exacerbando sus temores al punto de desconocer, en ocasiones, su propio rol ciudadano. Como cuando alguien sale en defensa de una agresión fortuita en su recorrido cotidiano, y va en apoyo del agredido para defenderlo a costa de su propia vida. Y cuando eso ocurre, es digno de aplauso y consideraciones especiales; porque, puede suceder lo contrario, y no solidarizarse con el agredido y simplemente sacar el celular para dar cuenta del hecho. Como generalmente ocurre.