La importancia de cautelar nuestra lengua

Imagen: Pluspetrol - PIE

  • Selva Morey
  • Docente principal de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de la UNAP
  • selvamorey75@gmail.com

Uno de nuestros tesoros hispanoamericanos, que viajaron en la dirección del sol, es el lenguaje, verdadero cordón umbilical que nos nutre ofreciéndonos el más sólido tejido de apoyo para la unidad de los pueblos y es nuestro deber conservarlo como inquebrantable lazo de unión en gran parte de la habilidad con que sepamos y podamos mantener el habla común, de modo que todos nos entendamos directamente, sin intermediarios que distorsionen nuestra expresión. No es tarea sencilla que pueda cumplirse por sí sola, sin el impulso intencional de quienes tratan de realizarla. Nuestro idioma que es también el de España y de una veintena de naciones posee características propias, sus peculiaridades que destacan señaladamente en sus formas populares del decir. Porque, de no vigilar la marcha de esos giros populares que son los que dan vida y alma a un idioma, si no se atajan esos inútiles e indebidos giros y por el contrario se asientan y aclaran los adecuados de manera que todos los que hablamos en español los entendamos, la unidad idiomática podría peligrar; como ocurre con la práctica lingüística de fronteras. El portuñol en América del Sur, por ejemplo, en relación con las naciones colindantes ha creado un “translenguaje” oportuno y necesario para la convivencia humana. La amplia frontera de Brasil, (Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia, Paraguay, Argentina y Uruguay), de habla portuguesa y las naciones hispanohablantes intercambian en la práctica cotidiana términos de una y otra lengua para entenderse; lo que da origen al “portuñol”, pero con grave riesgo de avasallar a la lengua oficial: el español o castellano, el mismo que solo lo hablan los estudiantes en los centros educativos.

Cómo podríamos aquilatar nuestro ancestro patrimonial con el registro importante de sentimientos y emociones a través de nuestra historia si no participamos de sus expresiones, ¿entenderíamos a Vallejo, José María Arguedas; nuestras leyendas amazónicas; los poemas y relatos que pueblan cada historia particular de la humanidad?

Corresponde habituarnos a su uso adecuado, “limpiarla, fijarla y darle esplendor”, como lema de la RAE que debe ser tarea constante, comprendiendo que enaltece a quien se expresa con propiedad, intuyendo que las palabras son testimonio de vida; en ellas se reflejan todas las emociones, por ellas alcanzamos nuestras íntimas convicciones; fortalecemos nuestras metas; nos asentamos con firme seguridad en el contexto social, además de ser una responsabilidad cívica el respeto hacia nuestros valores ancestrales.

Sin embargo, las poblaciones de nuestro país, Perú, como otros de América Latina, adolecen en mucho del casticismo requerido para la comunicación oral y aún gráfica que relieva a este importante patrimonio. Las enormes desigualdades sociales, la amplitud del crecimiento demográfico, la industrialización incompleta y la agricultura de baja productividad que caracterizan a un país tercermundista en el que estamos incluidos, testimonian el grado de falencia de los procesos instruccionales en términos generales, que conlleva a una baja calidad de aprendizaje e inferior asimilación de sus contenidos graduales por los problemas derivados de una deficiente alimentación, desconocimiento de medidas que procuran previsión para la salud, acceso a la tecnología que brinda la información actualizada a los lugares más alejados de la urbanización; no obstante todas estas circunstancias no son óbice para la convivencia, la misma que subsiste por la necesidad de socializar y compartir que es la forma de aprendizaje de la humanidad.

La lengua española o castellana, es muy rica en sus variantes comunicativas, los modismos locales, teñidos de lenguas originarias dependiendo de la cercanía con estas, da origen a los llamados regionalismos; el dialecto per se, que une a un conjunto humano con características propias es la identidad que refleja y conlleva al reconocimiento inmediato de esta variante fonética con respecto a su lugar de origen. Pero, al margen de esas formas coloquiales de asumir la oralidad, se impone, como un criterio de corrección idiomática el uso estandarizado de la lengua en su prístina intervención vocálica y escritura fluida y elegante que son las características de la calidad del hablante, que lo conduce a su realización profesional, social y laboral. Al respecto algunos grupos de opinión, estiman en gran valor solo el hecho del establecimiento del contacto, el vínculo comunicativo, que, sin duda es importante y vital, pero esa actitud solo conduce a la masificación mediocre y frustrante de seres humanos reducidos a sus requerimientos y principios básicos, alejados de una mejor calidad de convivencia social. ¿Qué hacer entonces para revertir este orden de cosas? Es cuestión de formarse hábitos, de lectura, de estudio, de participar en eventos, practicar vocalización; escribir relatos de su creatividad, consultar constantemente el diccionario. En suma: prepararse para actuar con excelencia en el escenario de la vida.