Feminicidio: moderno machismo

(Foto: Ingimage)

  • Selva Morey
  • Docente principal de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de la UNAP
  • selvamorey75@gmail.com

El 27 de diciembre de 2019 se publicó la Ley 29819, que incorpora el delito de feminicidio en el Código Penal. De ahí en adelante quien mata a una mujer, que haya sido su cónyuge, conviviente o con quien haya sostenido una relación análoga será castigado con pena privativa de libertad no menor de quince años. Entre 2010 y 2017, 837 mujeres fueron asesinadas y 1172 intentos de asesinato fueron llevados a cabo en nuestro país. El primer caso de este execrable crimen contra la vida y la salud, fue cometido el 3 de enero del mismo año y con él se inauguró, con ensañamiento y crueldad, un tiempo de horror incontrolable. No es que no sucediera desde mucho antes esta abominable violencia contra la mujer y terminara tiñendo de sangre a las familias, eran casos esporádicos, pero lo que ahora ocurre, en nuestro país y en muchos del orbe, ya tiene todo el perfil de una pandemia que se ha instalado y por mucho tiempo conviviremos con ella.

¿Qué ha sucedido en el mundo para que la maldad se centre en la mujer?, cuando siempre ella ha sido considerada el ícono del amor: maternal, filial, fraternal, conyugal. Su presencia siempre fue considerada a través del tiempo como el ser ligado a sentimientos celestiales, de entrega, de sacrificio, de profunda caridad. De repente, un vuelco estrepitoso de 360 grados convierte a la otra mitad humana en su verdugo, en su ajusticiador, su martirizador, su ejecutor, su asesino. ¡! Mucho se habló siempre de la fortaleza varonil, la seguridad, la protección que este brinda en las múltiples esferas del quehacer y de la vida. Su presencia es vista inobjetablemente como imprescindible para que la sociedad funcione como un reloj. Se puede encontrar en textos de la antigüedad clásica donde la mujer es descrita como un ser imperfecto. Y tal parece que ese pensamiento nunca caducó, por el contrario se consolidó, enraizándolo en la conciencia de todos. En la antigüedad la visión de los filósofos renombrados nos ubica en la realidad del pensamiento que se vuelve credo en el ser humano que ensalza al varón por sus características psicofísicas. Por ejemplo, Aristóteles, piensa que es el varón quien engendra al hombre porque solo él es un hombre en el sentido pleno de la palabra. No está lejos, Platón de esta opinión. Si bien establece que las mujeres deben acceder a la educación, no por ello considera que varón y mujer son dos modos equivalentes de ser hombre.

Pero llegar al homicidio, tipificado como feminicidio, porque las víctimas son personas cercanas a su victimario, ligadas a ellos por sentimientos y emociones, compartiendo otras vidas traídas por voluntad o por error y quienes también se convierten en víctimas del agresor, es una realidad espeluznante. Convivir con el terror de no opinar, de callar lo que a todas luces es inadmisible y que fuera una costumbre consentida de ceder siempre ante su soberbia voluntad, es decir, permitirle todas las libertades aun aquellas que lesionan la autoestima personal solo por el título de novio, esposo, conviviente. Pero, hay causas para esta ignominia que vivimos.

Marcela Lagarde, una de las académicas feministas más reconocidas de México. Etnóloga y doctora en Antropología, realizó una amplia investigación sobre los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez —denunciados a nivel internacional— y luego extendió el relevamiento a todo el territorio mexicano. Y fue más allá: también indagó el fenómeno en Guatemala y España, con un enfoque analítico-social, cultural y político, detalla en una entrevista sostenida por Mariana Carbajal en el periódico feminista “Mujeres en Red”: … “la discriminación contra las mujeres que prevalece en nuestros países va acompañada por una gran desvalorización de las mujeres, que la escuchamos pero ya ni la oímos: se hacen chistes y comentarios sobre la incapacidad de las mujeres, luego se toman algunas mujeres para cebarse sobre ellas, y con eso se alimenta la misoginia contra todas. Pero no es solo la misoginia, sino el lugar de colocación de las mujeres en la sociedad lo que se junta con la misoginia y hace que las mujeres estén en riesgo de recibir violencia. Incluso se acepta que haya un grado de violencia conyugal. Se habla de los pleitos conyugales, “se pelearon”, se dice, pero no se analiza que hay una desigualdad entre quienes se pelearon, que hay una relación de género, que hay un poder. A los hombres además se les permite ser violentos, en rangos y grados distintos. Las masculinidades prevalecientes todavía están cargadas de violencia, que tiene que demostrarse a través de los deportes, las competencias rudas, la política y ya en el ámbito de la delincuencia, a través de los delitos. En todo este cuadro complejo de convivencia entre los géneros es donde se gesta la violencia sobre todo de hombres contra mujeres. Eso también lo confirmamos: la mayor parte de los crímenes son cometidos por hombres”. Prosigue: “En las regiones donde hay crímenes contra mujeres hay otras formas de violencia contra las mujeres que están presentes en la vida social, de forma constante, tolerada socialmente y por las autoridades, que crean un clima de impunidad. Son mujeres que no fueron escuchadas, cuyas vidas no fueron protegidas por el Estado y que entonces quedaron en mayor riesgo frente a los agresores. Lo que quiero decir con esto es que encontramos una relación muy importante entre formas de violencia de género aceptadas por la sociedad y los crímenes de mujeres, vimos también que el machismo y la misoginia instalados en las instituciones hacen que las autoridades desvaloricen la problemática, y no le den importancia”.