El poder de la palabra
- Selva Morey
- Docente principal de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de la UNAP
Qué importante es una palabra de aliento cuando rebasa el espíritu de infinita tristeza que bloquea el equilibrio de la serenidad; cuando en el asombro de lo inesperado se pierde la noción de la realidad y se trastoca en la esperanza de que sea una pesadilla la cruel experiencia que se vive, que durará un tiempo corto, y el despertar nos traerá un gran alivio emocional y nada habrá cambiado en nuestras vidas.
Infortunadamente, el despertar esperanzador no existe cuando la realidad golpea con implacable dureza.
Nuestra Universidad, viene siendo duramente golpeada por el flagelo universal que se vive en ya más de un año sin tener aún la certeza de que esta situación tenga un fin inmediato. Muchos docentes, personal administrativo, estudiantes y familiares vienen padeciendo la pérdida irreparable de seres queridos de nuestra comunidad universitaria. Cada día la noticia funesta nos arrebata la tranquilidad, la relativa paz, mezcla de esfuerzo académico, rutina de vida preestablecida en los corredores que recuerdan los eventos, y episodios diarios del desarrollo científico con la terrible verdad de un abandono más. Estamos viviendo una vorágine de desaliento, infinita tristeza, caos emocional que distrae de la actividad a que estamos comprometidos como la casa de estudios superiores que somos, encargada de llevar a cabo la profesionalización de nuestra juventud para mejorar la calidad de vida de nuestra región, del mundo. Pero, en esta circunstancia penosa, donde somos parientes, amigos, colegas de los que se despiden dejando una estela de incredulidad, impotencia, mezclada con los recuerdos de días pasados en su compañía, cuando todo no era ni siquiera imaginado en el peor de los escenarios de nuestra cotidianidad académica, los lamentables decesos de nuestros desaparecidos amigos nos tornan incrédulos, vulnerables, temerosos y esquivos al diálogo, al encuentro con la reflexión. Estamos en la nada de tan estupefactos que quedamos con estas reiteradas pedradas a nuestro debilitado espíritu de resiliencia.
Pero, algo habrá que hacer y se me ocurre que sí. Debemos hablar, debemos recordarlos retrotrayendo a la memoria los pasajes de vida que llenaron nuestro espíritu en la colaboración de la tarea académica, del encuentro fortuito y siempre cortés de su compañía, de su genuino estilo de ser, de sus bromas y peculiar sentido de la vida, de su discurso interesante y consabido sobre las cosas, pero no por ello edificantes y aleccionadores. Recordarlos en sus buenos momentos y también en aquellos que no eran de los mejores. Fueron vidas que nos acompañaron, que participaron con su influencia didáctica y vital en la vida de quienes tuvimos la fortuna de conocerlos. Todos nos dejaron una enseñanza de su paso terrenal. Ahora vivirán en nuestro recuerdo por siempre y cuando los recordemos en soledad o acompañados por amigos comunes, volveremos a verlos vivir y seguir matizando nuestros días hasta que al final, nos encontremos en estrecho abrazo donde sea nos conduzca el destino.
Un homenaje a todos los que se fueron.