Reto docente con la tecnología moderna
- Selva Morey Ríos
- Docente principal de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de la UNAP
Uno de los grandes retos que tiene la docencia de cualquier nivel es competir con la tecnología moderna. Es innegable que ella es sumamente atractiva, adictiva; abre mundos insospechados a los que no tuvimos acceso por siglos y descubre todo de manera amplia, detallista, abundante en puntos de vista; una panacea de información dispuesta a solucionar cualquier duda, a indicar fórmulas de beneficios diversos, a dirigir conciencias. Si los seres comunes y corrientes que no tienen la misión de formar a las generaciones y, aún perteneciendo a una, que ya es obsoleta por donde se le mire, están atraídos también por este fenómeno que ha puesto al descubierto absolutamente todo lo que era motivo de duda, de misterio e incertidumbre; que ha copado todos los espacios: la economía, las ideas, la información, el conocimiento y las imágenes que se mueven a través del mundo casi instantáneamente y a las que ahora tenemos acceso sin restricciones; la educación, un filón importante en la vida de los seres humanos que le procura una serie de beneficios a su condición, no puede estar fuera de esta atracción, y la somete como un “jaque al rey” del juego de ajedrez, para encontrar el camino que le augure el éxito ante tal competidor monstruoso y maravilloso, cuyo premio, sin duda, será compatibilizar ambas tareas en pro del progreso de la humanidad en la que los protagonistas: docentes y discentes asuman una actitud equilibrada para su consumo y difusión. La tecnología, como parte del ambiente humano, está siempre ligada a la cultura y es imprescindible su conocimiento para el aprendizaje de formas y modos de una actuación social adecuada.
Las diferentes modalidades de estudio en nuestro país están inmersos en este reto moderno de la tecnología de punta, como todo el mundo, en realidad. El cambio ha sido dramático para las generaciones antes de y sigue siendo una tarea que no concluye más bien se diversifica y sigue copando espacios a los que todos tenemos acceso. Las jóvenes generaciones que nacieron a su amparo están familiarizadas con el fenómeno y consumen mucha información. Posiblemente, en gran porcentaje, su interés esté volcado a las necesidades etáreas que no siempre son las más recomendadas en un compromiso de vida que comienza por lo académico. Su mayor inclinación reside en fomentar la amistad a través de las redes sociales, conocer otras latitudes por este medio que va en aumento, fortalecido por la gran demanda poblacional. Sus armas están siempre consigo: una Tablet, computador personal, USB, audífonos inalámbricos, relojes inteligentes, el celular de telefonía móvil que va siendo cada vez más sofisticado y cumple funciones varias como un computador, etc.
En esta realidad vivencial generacional existe un verdadero reto para enrumbar la tarea académica y que esta resulte atractiva, que incentive la curiosidad por el aprendizaje, tal como lo hace la tecnología a mano. Es insoslayable esta verdad y constituye una verdadera preocupación para la docencia encargada de guiar a los niños y jóvenes en formación. Se presenta una serie de incongruencias en aula. La prohibición de los dispositivos modernos a los que todos ahora accedemos empezando por lo básico, el teléfono celular y que, los jóvenes portan como si formara parte de su constitución corpórea. Sino, pruebe a dejarlo sin uno y verá cómo arde Troya. Es lo más representativo por la facilidad de portarlo. Los reglamentos de las instituciones educativas lo prohíben; se organizan requisas inopinadas para arrebatárselos con sanciones drásticas: no devolverlo hasta pasada la jornada total de las clases; es decir, cuando concluye el año académico, hecho que conlleva a un conflicto del centro educativo con los padres de familia que tratan de recuperarlo porque sino no volverá la tranquilidad al recinto familiar.
La docencia, el ejército de educadores en cumplimiento de la misión a la que están sujetos, no siempre están calificados para asumir este reto. Inicialmente, aún existe un gran porcentaje de ellos perteneciente a generaciones anteriores a este boom tecnológico, con serias deficiencias para familiarizarse con la moderna tecnología, pero eso no es lo peor, lo peor es lograr en los educandos la curiosidad, la atención, el interés por la tarea académica que ahora, está en manos de los dispositivos de la tecnología de vanguardia: pizarras interactivas, grabadores, proyectores, equipos de sonido, etc. Entonces, la labor pedagógica debe impregnarse de creatividad, de participación activa y protagónica de docentes y discentes con el apoyo auxiliar de todos los dispositivos que ofrece la tecnología hoy.
El conocimiento tecnológico en sí no es suficiente, lo que es crítico son las metas, los valores y los principios para los cuales el conocimiento es usado. Hay que reconocer que sin humanidad y sin valores no puede haber aprendizaje verdadero ni desarrollo de la sabiduría (Goleman, 1995). La meta final de la educación tiene que ser una sociedad más justa, equitativa y participatoria, no una sociedad de individuos más proficientes técnicamente. Hay que promover la capacidad de las personas de ser seres pensantes, que sean capaces de criticar y de retar, de crear y de superar. La enseñanza de la tecnología debe centrarse en el amor por los seres humanos y no meramente en el esfuerzo de extender las habilidades humanas y su dominio sobre la naturaleza. Esta debe desarrollar modos de pensar que apoyen la justicia entre las personas, el respeto hacia el ambiente y promuevan el bien común (Pretzer, 1997).