Lectura y aprendizaje

(Imagen: web)

  • Selva Morey Ríos
  • Docente principal de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de la UNAP
  • selvamorey@hotmail.com

Hace unos años, cuando tuve la oportunidad de apoyar a un grupo de profesionales en aspectos de mi competencia magisterial, la enseñanza de la lengua materna y su uso en la grafía, me llamó la atención un comentario en plena ejecución práctica; “por qué tenía que perderse el tiempo en revisar estos aspectos académicos si el auditorio era del más alto nivel profesional y todos tenían conocimientos más que suficientes del uso de su lengua materna”, me sorprendió este comentario; sin embargo, era preciso hacer un descargo acerca del tema; felizmente no todos participaban de la opinión y hubo una serie de comentarios en pro y en contra, generándose una corriente de pensamiento y opinión en el sentido de que no era irrelevante la revisión de la temática “porque hay conceptos y formas nuevas y otros, que habían olvidado y era buena la retroalimentación”. El incidente no pasó a mayores y más bien, creo, todos participaron con mayor empeño e interés.

La lengua materna es un fenómeno vivo, que se modifica, cambia, adopta nuevas formas permanentemente. En ella influyen: la música, los hallazgos científicos, los descubrimientos, la tecnología, la moda, la política, la economía, etc. El Diccionario de la Real Academia Española contiene 88 000 palabras. El de Americanismos 70 000. Una persona promedio, según Susie Dent, lexicógrafa y experta en diccionarios maneja unas 20 000 palabras activas y unas 40 000 pasivas. Todos nos comunicamos con mejor o regular eficiencia, dependiendo del aprendizaje que hayamos tenido en aspectos de lenguaje y otros diversos aspectos que confluyen para que la comunicación resulte eficaz, comprensible y hasta agradable.

Realmente es un deleite conversar con personas que participan de esta habilidad, que no es gratuita; en ella convergen la lectura, como el insumo más importante, la inteligencia, el conocimiento y corrección en el uso de la lengua y la tolerancia ante circunstancias que aparecerán consustancialmente pues, aun en charlas amistosas, se abordan temas con muchas aristas de opinión que es preciso, con inteligencia, sortearlas en aras de la armonía; no en vano Georges Louis Leclerc conde de Buffon (científico, matemático, filósofo, escritor francés. 1707-1788) decía entre otras citas sobre el lenguaje, “ hablar es un acto de lucha”. De ahí que se cataloga a algunos temas polémicos como no aptos para una charla amical: fútbol, religión, sexo y política donde cada quien esgrimirá sus razones de las que, obviamente, no todos comulgarán, y ya sabemos qué continúa.

Es indudable que la lectura es una actividad beneficiosa por donde se la mire y junto a la educación son inseparables; es una realidad que quien tiene el hábito de leer estará mejor informado y podrá realizar grandes conquistas pues, lo evidenciará en su personalidad, su trato, su forma de hablar y escribir; porque sin negar el papel que cumplen y deben cumplir los medios audiovisuales en el proceso educativo, todavía la lectura es el instrumento más utilizado. Y es aquí donde existe la mayor falla del proceso, de acuerdo con las investigaciones realizadas sobre el fracaso escolar cuyo factor determinante es la deficiencia en la lectura.

Una sociedad que disfruta de esta actividad y además, con frecuencia, suele ser percibida como educada y sobresaliente. El ejemplo más conocido es el de Finlandia que no solo se posiciona como el país más educado del mundo desde hace años, sino que además sus escuelas son la envidia de cualquier sistema educativo.

El Instituto de Estadísticas de la Unesco, en la revista Semana de 29/9/2017, se refiere al análisis de hábitos de lectura, indicando que más de la mitad de los jóvenes en América Latina y el Caribe no alcanzan los niveles de suficiencia requerida en capacidad lectora para el momento en el que concluyen la educación secundaria. En total, hay 19 millones de adolescentes en esta situación. Esta no es una novedad, el programa PISA lo ha difundido en múltiples ocasiones. Así, el promedio de lectura semanal de los estudiantes del nivel es de 6,5 horas, estando Venezuela con un promedio de 6,4, Argentina con 5,9, México 5,5, Brasil 5,2. Infortunadamente nuestro país no compite.

Y, si como país no aparecemos en esta publicación, menos lo haremos como región. ¿Cuál es la razón fundamental por la que los jóvenes no leen? ¿Será por falta de motivación, por falta de imitación porque en el hogar nadie lo hace? ¿Por qué la generación que ahora frisa entre 40, 50, 60 años y más, no pueden dejar de hacerlo? ¿Qué se leía por los años 1960, 1970, 1980…? La tecnología copa todo, es cierto, y para todos. Pero no por ello dejan de leer, el periódico, un buen libro, los temas académicos que no pueden basarse únicamente en la internet. Se especula entonces que estas generaciones no entienden los vericuetos de la tecnología de punta y prefieren su consabido hábito palpable y paciente del libro real. Más bien diría que la tecnología, ahora, es una maravilla para la investigación, para el conocimiento, y las generaciones de mayores la degustan al máximo y le sacan el mayor provecho. Pero volviendo a las interrogantes al respecto, tras mucho cavilar, he aventurado una tesis.

Retrotrayendo algunos recuerdos de adolescencia en nuestra ciudad, todos leíamos porque no había televisión y más bien muchas revistas (chistes, penecas) de héroes imaginarios que hoy están volviendo con otra denominación “comics”, esta caja de pandora que representaba cada revista atraía la atención de chicos y grandes, porque su temática era diversa, para todos los gustos: aventuras, acción, romance, etc.; así, un joven perdido que vivía en la selva y era amigo de los animales: Tarzán; un detective muy eficiente que descubría todos los crímenes: Dick Tracy; dos jóvenes disfrazados en un carro superveloz combatiendo a la delincuencia: Batman y Robin; otro justiciero extraplaneta Tierra, también combatiendo el mal: Superman. Un jinete con antifaz, el Llanero Solitario con su incondicional amigo indio y su legendario caballo Plata. Para los más pequeños, toda la familia creada por Walt Disney, cada personaje con su temática guiada siempre hacia la justicia y el deber. Rico Mc Pato, Donald y sus sobrinos, La pequeña Lulú, Tribilín, Archi, en resumen, toda la parafernalia que copó el interés de los lectores, grandes y pequeños.

Es posible que fuera una de las razones; otra, por supuesto, era la imitación de la casa, donde papá, generalmente, se “comía” las novelas de Anatole France, Marcel Proust, Giovanni Papini; Selecciones del Readers Digest, Life en español, etc., en mi caso particular. Así como se imita el lenguaje en su aprendizaje, también se copia las actitudes de las personas con las que compartimos diariamente. Hay aún mucho por decir, pero, sobre todo hay mucho por motivar en este sentido. De repente, interesándolos en su temática preferida con el recuento de una sinopsis, sembrándoles la curiosidad por los temas. No olvidemos que antes, los libros prohibidos eran los más buscados y requeridos porque se difundían rápidamente. Ahora ya todo está dicho y como estrategia estaría bien recordar que a todos nos gusta las historias y que nos las cuenten. Es posible que los jóvenes se interesarían más por leer. En nuestra Amazonía existe mucha historia y leyenda. Todos los que aquí vivimos las conocemos y los que nos visitan se interesan. Hay, pues, muchos motivos para leer y trasmitir.

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