Cuestión de confianza para el bien común

(Foto: Rodolfo Ramos)

  • Selva Morey Ríos
  • Docente principal de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de la UNAP
  • selvamorey@hotmail.com

En el presente contexto en que vivimos, saturados con muchas expresiones que son anhelo masivo para establecer un clima adecuado para la convivencia: “el debido proceso”, “el bien común”, “respeto irrestricto a las leyes”, “cuestión de confianza” etc., pareciera que cada quien tuviera su propia interpretación al unísono con su circunstancia individual. De las expresiones anteriores, una de ellas, estimo, es la cuestión de confianza la que mejor resume global e íntegramente un ideal por lograr y a partir de ahí, devendría el orden, el respeto y la armonía a los que aspiramos para vivir en paz.

Confianza es el sentimiento de poder creer a alguien, incluso cuando sabemos que “mentiríamos en su lugar». Confianza es una palabra que define la credibilidad hacia alguien o algo porque hubo muestras de gran integridad personal en sus actos cotidianos ligados al respeto y la veracidad. La confianza en uno mismo es el primer peldaño para ascender por la escalera del éxito y constituye la imagen que perdura en el colectivo social y un referente valioso en las comunidades.

(Foto: Rodolfo Ramos)

Por bien común se entiende, en filosofía en general, aquello que es compartido por y de beneficio para todos los miembros de una comunidad; en sentido general, no solo físico o económico. El bien común abarca al conjunto de aquellas condiciones de la vida social, con las cuales los seres humanos, las familias y los colectivos pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección. Afecta a la vida de todos. Exige la prudencia por parte de cada uno, y más aún por la de aquellos que ejercen la autoridad.

El bien común es parte fundamental de una norma jurídica objetiva, las cuales están dentro de una Constitución, porque la Constitución es la ley fundamental que brinda derechos y deberes que se supone que deben ser para el bien común.

Estamos presenciando en nuestro país el rechazo más rotundo ante un poder legislativo que no supo trabajar en consenso para lograr el bien común, el que, amparado en el poder temporal de sus funciones, pretendió avasallar con interpretaciones personalistas o de grupo, las normas y leyes que rigen a todo país democrático forzando incluso la voluntad del soberano.

Pero el pueblo, el soberano, con su innata sabiduría, aún sin conocimientos elaborados y de solo vivir el día a día, pudo testimoniar el rechazo a la componenda, al amiguismo, al abuso de autoridad que se estaba instalando a fuerza de su propia labor de obstrucción, ganándose a pulso la impopularidad evidenciada.

Pero las cuestiones de confianza no solo se esgrimen en grandes escenarios. La vida diaria está llena de episodios donde la confianza es base de conducción adecuada, básica, necesaria. La confianza es sinónimo de fe: la seguridad o confianza en una persona, en su trayectoria, en sus opiniones, en sus principios, amén de que este valor esté más ligado a la religión; pero sin confianza será muy difícil cualquier consecución y ello conllevará, sin duda, a la negación del bien común.

Es una dura batalla la emprendida por este gobierno, a pesar de cuidar sus decisiones y acciones al amparo de nuestra Constitución, pero cuando hay intereses subalternos disfrazados de grandes esfuerzos por “construir para el bien común” unido a un total egoísmo personalista y acaparador; difícilmente allanarán el camino, a pesar del repudio que inspiran y, por supuesto, aún menos, estos actos podrán ser motivo de un mea culpa importante y conciliador que amengüe el rechazo general.

(Foto: altafulla / La imaginación aplicada al bien común (Aleteia, edición en español) )

Sin embargo, no todo ha sido malo en esta jornada de desorden institucional inicial. Hemos sido testigos de la valentía y la integridad de personas que pusieron el objetivo de su esfuerzo por delante de sus aspiraciones políticas e incluso de su bienestar personal y profesional. Es que no es preciso ser muy docto en materias gubernamentales, como diría mi abuela “muy leído y escribido”, lo que se precisa es integridad.

La integridad es una virtud, designa la pureza y la grandeza de los actos y la relación armoniosa entre el cuerpo la mente y el espíritu y eso se adquiere en familia, el hogar es quien forma al hombre. Esta reflexión nos conduce ahora a tener sumo cuidado para evaluar a nuestros candidatos que nos representarán por un lapso corto, pero en él se dará la pauta del cambio y, los que postulen tendrán un serio compromiso con la familia peruana para que, imbuida de gran confianza, logren, por fin, el ansiado bien común.