En ciernes, una nueva agresión a la Amazonía

¿Parque Bicentenario?

(Foto: Peje suizo)

  • GABEL DANIEL SOTIL GARCÍA
  • Docente principal de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de la UNAP

Desde hace algún tiempo, en varios medios de comunicación de nuestra ciudad, se viene hablando de un PARQUE, el cual sería denominado BICENTENARIO, no sé por voluntad o decisión de quién. Pero el hecho es que ya, muy subliminalmente, se nos viene acondicionando psicológicamente, para que los loretanos aceptemos dicha denominación, sin habernos consultado; es decir, sin el más mínimo respeto por nuestros derechos culturales.

¿Por qué dar esa denominación de BICENTENARIO a una obra (el parque) que debería expresar mejores significados simbólicos relacionados con nuestra cultura, o nuestra gesta histórica, o nuestras características geoecológicas, etc.? Al parecer, los mismos mecanismos que siempre nos marginaron en diversos aspectos de nuestra dinámica sociocultural, se vienen movilizando para que, una vez más, aceptemos lo que se decide sobre nosotros. Este suceso no expresa sino una larga historia en que a los loretanos se nos ha venido despojando de un elemental derecho a decidir, haciéndonos simples objetos o destinatarios de decisiones que se toman muy lejos de nosotros.

Veamos, si no, esta pequeña historia: Ya en 1542, don Francisco de Orellana se ha de encontrar con una inmensidad acuática, cuyo nombre era Paraguanasú, Paranatinga, Tungurahua, Parón Ewá, de acuerdo al sector de su recorrido, frecuentado milenariamente por los indígenas. Como ninguno de esos nombres fue del agrado de los españoles, pues le pusieron el nombre que quisieron: Amazonas. Es decir, ninguno de los anteriores.

Es así que, durante toda la época colonial, los topónimos (nombres de los lugares) a donde llegaban los conquistadores, fueron cambiados, eliminando los originarios y puestos bajo la advocación de un símbolo cultural (político, religioso, etc.). Ya en el periodo republicano, bajo un sistema centralista férreo, la tónica siguió el mismo patrón de comportamiento respecto a nuestra Amazonía. Era Lima de donde procedía la iconografía nominativa para monumentos, calles, plazas, lugares, etc. Hasta hoy ese es un comportamiento consolidado: yo decido por ti y tú acatas.

El caso actual, que analizamos, se refiere al denominado PARQUE BICENTENARIO, cuya denominación se nos quiere imponer y sobre lo que ya se viene trabajando subliminalmente para que aceptemos tal decisión, con lo cual se nos arrebata, una vez más, un elemental derecho: el de decidir sobre el nombre que deseamos darle a nuestros símbolos culturales. Por ello es que debemos preguntarnos, quienes vivimos y amamos a esta región, y tenemos el deber moral de defenderla, ¿qué significado tiene para nosotros el BICENTENARIO, no como palabra sino como lapso histórico? Por lo menos hagamos un recuento de los sucesos de mayor trascendencia para nuestra región acaecidos en el periodo que va del 1821 proyectándonos al 2021 (El Bicentenario), para ver si efectivamente merece que alguna expresión material o inmaterial de nuestra región tenga dicha denominación.

Empecemos por el aspecto territorial: hacia 1810, al término de la época colonial y ad portas de la época republicana, nuestro país tenía una extensión algo mayor a dos millones de km²; sin embargo, en los actuales momentos nuestra extensión es de 1 285 215 km², habiendo perdido, en estos doscientos años, en mesas diplomáticas, más de 633 721 km², quedando reducida nuestra extensión selvática a 775 000 km², con la complacencia del centralismo limeño.

Además de ello, desde la declaratoria de la Independencia, nuestra región no mereció sino el olvido, la indiferencia de la clase gobernante, a tal punto que fue Castilla, cuarenta años después, que se dio cuenta de nuestra falta de presencia en los ríos amazónicos, por lo que ordenó la construcción de los barcos que empezarían a llegar a partir de 1864.

Luego, el olvido nuevamente, la distancia, hasta la llegada en la década de los ochenta de la denominada época de caucho, periodo durante el cual se debilitan aún más los nexos con el resto del Perú, pasando la selva a ser una colonia abastecedora de Europa para satisfacer las demandas inglesas de caucho (Hevea brasilensis).

Reforzada la “foraneidad” de nuestra región respecto al resto del país, el Perú dejó que, durante casi cuarenta años (1880-1915), tuviera como eje de referencia para todo efecto a Europa, manteniendo una relación formal de mínima influencia, que luego continuaría durante todo el periodo de reforzamiento del extractivismo, periodo durante el cual la selva, nuestra selva, sería mirada con ojos despectivos, con gente de ínfima categoría, incapaz de decidir por sí misma, sin los suficientes criterios para tomar decisiones, pero sí con inmerecidos grandiosos recursos naturales. Concepciones que no expresaban sino los prejuicios heredados de la época colonial.

El palo de rosa y resinas, las maderas, las pieles, los peces ornamentales, las aves silvestres, el oro, el gas, el petróleo, etc., tendrían sus respectivas épocas de auge en lo que va hasta el presente, pero todo al servicio de los intereses foráneos y sin mayor respeto por los intereses de los pueblos regionales, cuyos territorios quedaban depredados hasta el agotamiento.

Miremos, entonces, el panorama selvático y nos daremos cuenta de la vaciedad del BICENTENARIO para nosotros como periodo histórico.

¿Qué hemos ganado en estos dos siglos?: tala ilegal, narcotráfico, extracción de oro, degradación del suelo, cambio de uso del suelo, expoliación de territorio indígena, epidemias y pandemias en las comunidades indígenas, carencias de servicios de salud, locales escolares mayoritariamente deficientes, etc.; todos ellos no son sino las lacras inferidas bajo la complacencia de la clase con poder económico y político del poder central. Esa ha sido la tónica de siempre: decidir afuera e imponer adentro. Es decir, nuestra región siempre como destinataria de acuerdos o decisiones, tomadas por personas con muy poco interés por velar por su integridad, sin mayores lazos afectivos con su ser esencial, solo con lazos burocráticos.

El BICENTENARIO es, pues, para nosotros, una palabra hueca, un sinsentido, pues en estos dos siglos solo hemos sido objetos de la indiferencia, aunque sí la despensa pletórica de recursos para ofrecer al mercantilismo internacional. Ha sido y es una palabra plena de un significado peyorativo por el trato que sufrimos en todos los aspectos por parte de nuestro país.

¿Qué podemos rescatar de este lapso?: solo nuestro gran e incomprensible amor a la nación que, apenas, si nos prodiga obligaciones múltiples, expoliaciones dolorosas, dado que pobladores originarios y mestizos vemos el flujo imparable de nuestros recursos que salen en un viaje sin retorno, dejándonos un territorio maltrecho, dolorosamente reconocido como nuestro.

¿Es eso lo que queremos celebrar, con orgullo de pueblo castigado, marginado, minusvalorado, bajo la designación de PARQUE BICENTENARIO?

En este sentido, pido a las organizaciones sociales, sindicales, deportivas, de gobierno, etc., que hagamos algo para detener este atropello a nuestra dignidad de región multicultural, región de elevados niveles de espiritualidad alcanzados por los pueblos originarios. Busquemos, en nuestras creaciones cultural-espirituales, una denominación de dicho parque que exprese nuestras intenciones, nuestros propósitos, nuestra idiosincrasia.

De una vez por todas, hagámonos respetar.

Digamos a nuestro país que en esta región vivimos personas, no solo recursos naturales.

Digamos a nuestro país que merecemos respeto de personas pensantes.

Digámosle, finalmente, que la palabra BICENTENARIO no nos dice nada, pues en ese lapso histórico hemos sido, y seguimos siéndolo, una región injustamente minusvalorada y en proceso de destrucción a causa de una política de gobierno que aún no tiene conciencia de su presencia nacional.

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