Preparándonos para votar por nuestra Amazonía
- GABEL DANIEL SOTIL GARCÍA
- Docente principal de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de la UNAP
Ha empezado ya el “ruido político” generado en las aspiraciones, legítimas por cierto, de quienes quieren disfrutar de las glorias del poder. Por la experiencia que venimos teniendo con nuestros representantes en el Congreso de la República, podemos deducir que terminan representado no a nuestros intereses regionales sino los de sus partidos o los intereses personales. Su desconocimiento de nuestra realidad tanto en lo histórico como geográfico, social, cultural, económico, ecológico, etc., impide cualquier gestión en favor de nuestra Amazonía. Por ello, es bueno que, con el aporte ciudadano, podamos brindar a los actuales aspirantes a políticos, una buena base informativa para que presenten proyectos y luchen por lograrlos en favor de esta parte inmensa del Perú.
He aquí algunas reflexiones para dichos aspirantes, ya declarados o por declararse:
A pesar de su extensión (63% del territorio nacional), nuestra región aún no entra al imaginario nacional en su real dimensión geográfica, social, cultural, económica, axiológica, bioecológica, etc.
Pese a que siempre la representamos con un intenso color verde en todos nuestros mapas oficinescos y escolares, no logramos verla por más que los miremos, en especial por parte de los gobernantes y quienes tienen poder político.
El énfasis histórico puesto en las regiones de la costa y la sierra, sea por preponderancia minera, agrícola o política, ha posibilitado una percepción incolora, deslucida de la Amazonía, respecto de los intereses económicos de las clases dominantes.
En la época colonial, los intereses virreinales se centraron en el oro y la plata de la sierra. En la republicana, los grandes terratenientes y hacendados priorizaron la agricultura en los valles costeños. Visiones que aún perduran en detrimento de nuestra inmensa Amazonía.
Es recién, a partir del tercer tercio del siglo XIX, que la selva es vista no como una región poblada por seres humanos, con diversidad de grandiosas culturas, sino como emporio de riqueza material.
Caucho, madera, resinas (palo de rosa, sangre de grado), oro, petróleo, peces, café, cacao, sacha inchi, camu camu, etc., todo susceptible de exportación depredando al bosque, ríos, cochas, diversidad biológica.
No solo al bosque, sino también la riqueza espiritual de los pueblos originarios, hoy menospreciada por quienes tienen una visión mercantilista, despectiva, “moderna” de nuestras culturas.
Es así como hoy encontramos a nuestra región agredida para satisfacer los intereses de enriquecimiento de empresas foráneas, que solo quieren aprovechar, a cualquier costo, hasta la destrucción, los recursos naturales que son parte de un circuito de vida, que hacen que la selva tenga un valor para el equilibrio funcional de nuestro planeta.
De los 368 852 km² de extensión de nuestro Loreto, lo que podríamos llamar áreas urbanas, es ínfimo, aunque en estas se concentra su mayor presencia demográfica. Iquitos, Yurimaguas, Requena, Contamana, Nauta, Caballococha y San Lorenzo son nombres asociados a medianos centros de concentración poblacional, los más grandes de nuestra región. Pero, si observamos bien, frente a ellos, chimbando el río en cuyas riberas se asientan estos núcleos, empieza un mundo diferente, tanto cualitativa como cuantitativamente, que se expresa tanto en el entorno ambiental como en la dinámica sociocultural que se da en ellos.
Estamos, entonces, en lo que llamamos área rural, área ribereña, de bosques continuos, de silencios plácidos, de amaneceres canoros, de brisas forestales, de atardeceres anonadantes por su belleza, de lunas esplendentes, de tempestades trepidantes y de olores naturales procedentes de la fronda cercana. Es decir, de expresión plena de la naturaleza, en donde se siente el respirar telúrico del bosque.
Pero, también, sin ruidos motorizados, sin trepidares mecánicos, aunque a veces sin corriente eléctrica, sin servicios básicos (agua, desagüe, postas), sin sueños interrumpidos… Habitada por gente tempranera, laboriosa, obsequiosa dentro de su pobreza, amable por naturaleza. Personas dialogantes con las plantas, los animales, el río, la cocha, el cielo, las nubes, las tempestades, los silencios.
Toda una riqueza espiritual que se expresa en el marco de una naturaleza pródiga, dadivosa, que solo espera un gesto, una señal del ribereño para entregarle sus bondades. Gestos que deben expresarse en planes de desarrollo, en proyectos de vida superior, de satisfacción mejor de sus necesidades, de respeto a su idiosincrasia cultural, a sus sueños, a sus aspiraciones.
Por todo ello, es que debemos ir preparándonos para ejercer el privilegio de dar nuestro voto a las personas que mejor encarnen nuestras aspiraciones de construir una Amazonía que sea nuestro hogar para todos los que vivimos en ella y la queremos. Pensemos con toda la antelación posible, a fin de no seguir dando, a través de las ánforas, poder a quienes no valoran esta riqueza espiritual y natural de la que estamos dotados. Nuestra Amazonía merece ser representada por personas políticas que encarnen los más grandes ideales ético-morales e intereses superiores de nuestra región.
Y es que la historia no es solo el pasado. Es, también, el camino hacia el presente y este una trocha hacia el futuro. Trocha que tenemos que construir haciendo un esfuerzo por interpretar nuestra realidad, tratando de entenderla a partir de una lectura crítica desde nuestras actuales circunstancias.
El ejercicio del poder es uno de esos caminos privilegiados que nos llevan a la construcción de nuestro futuro; por ello es que, quienes aspiran a ejercerlo, tienen una inmensa tarea para responder a las necesidades de nuestra región, no solo de sus partidos que, seguramente, ni las toman en cuenta por tratar de mirar al país.