Más reflexiones sobre la educación: ¿Dictar clases?

No olvidemos que nuestra labor formativa tiene como destino el futuro de los que hoy son nuestros educandos...

(Foto: archivo web)

  • GABEL DANIEL SOTIL GARCÍA
  • Docente principal de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de la UNAP

En los ambientes educacionales, y también en los sociales en general, se ha consolidado una expresión que pretende traducir la labor que realizamos los maestros en relación con los educandos en nuestras aulas o salones de clase.

Me estoy refiriendo a esa frase, muy frecuentemente utilizada para referirse a nuestra labor de educadores, como es la de “dictar clase”.

Pareciera que con ella hacemos referencia y expresamos a plenitud la labor que cotidianamente realizamos los profesores en nuestras aulas de clase.

Esta frase no traduce sino una tradicional forma de percibir la acción de los docentes de todos los niveles: inicial, primaria, secundaria y superior, que consiste en que el maestro, cuando hace su clase, recurre al dictado; es decir, parado frente a sus alumnos no hace sino transferir oralmente (dicta) o escribe en la pizarra, lo que él sabe para que lo aprenda el alumno, por repetición, luego de tomar nota minuciosa de cuanto haya sido expresado por el profesor respecto a un determinado tema.

En verdad, esta estrategia didáctica fue predominante en la conducción de las clases hace mucho tiempo, en el marco de lo que se denomina la “educación tradicional”, la misma que ya viene siendo superada por la recurrencia, por parte de los docentes, a muy diversas formas de incentivar el aprendizaje de los edu-candos, recursos que tiene mejores efectos formativos en ellos, sobre todo ahora que tenemos a disposición los adelantos de las tecnologías para educar, que son muy variadas y de mucho mayor eficacia que la simple transmisión del conocimiento a través del “dictado”, por sus efectos de estimulación integral.

En un actuar moderno, los educadores no dictamos clases: desarrollamos nuestras clases.

Para ello planificamos un curso de acción para el logro que esperamos obtener y lo desarrollamos paso a paso despertando, estimulando las capacidades de nuestros alumnos, con la menor injerencia del docente, propiciando el autodescubrimiento del “nuevo” saber por parte del alumno.

Y es que dictar es un acto mecánico que consiste en transferir maquinalmente conocimientos del maestro a los alumnos, sin mayor movilización de las capacidades del educando, quienes constriñen su participa-ción a un simple “tomar nota” de lo que dice el profesor. Es decir, no forma, mecaniza, automatiza, no activa las potencialidades biopsicológicas de los alumnos: su capacidad de observar, analizar, comparar, imaginar, expresar, relacionarse, actuar, valorar, decidir, proponer, enfrentarse a situaciones, proyectarse a su futuro, etc.

Todo ello queda aletargado cuando se recurre al dictado.

¿Se acuerdan de la educación bancaria? (Paulo Freire)

Pues esta se fundamentaba en el dictado, considerando que el alumno no era sino el gran receptáculo en donde el maestro le depositaba, le transfería, su saber, a un ser pasivo, receptivo, mecanizado, apto para reproducir el mundo y la cultura de su profesor, que era la del estatus quo.

Entonces, en los actuales momentos, el “dictado” es una obsolescencia pedagógica. Un arcaísmo didáctico.

Y, por lo tanto, los maestros no recurrimos a esta estrategia, pues lo que queremos es educar, es decir, formar la personalidad del educando estimulando, motivando, orientando, analizando, recreando, valorando, etc., para brindarles y movilizar mecanismos de actuación racional, inteligente en el mundo que les toque vivir, para que sean agentes en permanente búsqueda de mejores condiciones de vida en su sociedad y contribuyan a una incansable ruta de humanización de nuestra especie.

Decir entonces, en las actuales circunstancias, que los maestros “dictamos clases”, expresa una profunda desubicación espacio temporal, histórica, una incoherencia psicocultural, pues ello implicaría que todo el universo de retos socioculturales y espirituales que hoy tenemos en el mundo moderno, no podríamos enfrentarlo, pues, recurriendo al obsoleto “dictado de clases”, no tenemos ninguna posibilidad por cuanto los futuros ciudadanos no serían sino repetidores de las circunstancias en que hicieron su vida.

Por todo ello, esperamos que en los ambientes escolares y, en especial, universitarios, en donde aún es frecuente esta expresión de “yo dicto clases en….”, sea superada para adentrarnos en la búsqueda de nuevas formas de relacionarnos con nuestros alumnos para contribuir con la formación de una personalidad pletórica de posibilidades de desarrollo, que deberán activarse cuando enfrenten las nuevas circunstancias que su futuro les depara. No olvidemos que nuestra labor formativa tiene como destino el futuro de los que hoy son nuestros educandos.

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