Semblanza de Julia Vásquez por su amigo Tom

(Foto: Eric Romero)

  • Recuerdo de amigo

Julia había hecho su maestría en Educación en Lancaster, Gran Bretaña, y la conocí en 1993 cuando un colega holandés mío del Servicio Holandés de Cooperación al Desarrollo (SNV) la había invitado a mi casa, a una de nuestras sesiones de conversación en inglés mientras tomábamos un whiskycito (nuestro pequeño hobby común...). Seguro había invitado a Julia por sus temporadas vividas en Escocia.

Cuando terminó mi contrato con el SNV en el ‘Programa Bilingüe’ con Aidesep en este año y yo iba a despedirme del Perú, Julia vino a invitarme a continuar para participar en el proyecto de una nueva maestría en la UNAP: ‘Ecología y Desarrollo para la Amazonía’. Esto, por mi formación en ecología forestal y experiencia de campo en comunidades nativas en Perú y Colombia. Esta iniciativa mostró la visión académica y universal de Julia, ya que el tema de ecología fue candente después de la conferencia de las Naciones Unidas sobre el clima mundial en Kyoto en 1992. La coyuntura académica fue favorable por el interés del entonces decano de la Facultad de Ciencias Biológicas de la UNAP, el doctor Andrés Urteaga Cavero. Con él y su señora la arquitecta Bertha Guerola, Julia empezó a mover las instancias de la UNAP y a hacer cantidad de trámites para poner en pie esta novedosa maestría y mi contratación como profesor de planilla para este fin, apoyado por el entonces rector José Rojas Vásquez y la cooperación holandesa. La Facultad instaló una Oficina de Postgrado en la cuadra 10 de la calle Pevas y, empezamos a trabajar, diseñando el currículo multidisciplinario e invitando a docentes con experiencia en el amplio campo no solo ecológico sino también social y multicultural que abarca esta problemática.

Para avanzar este ‘monstruito’, al lado de la capacidad organizativa y científica, también era necesaria una cierta armonía social y emocional en nuestro equipo, para mantener el espíritu en una empresa que como cualquiera encuentra vientos y mareas en la ruta. En esto, Julia destacaba por su buen humor, franqueza y tacto para conseguir con los amigos y colegas la necesaria colaboración y motivación para hacer realidad el sueño. Recuerdo nuestras celebraciones de cumpleaños o comidas bien preparadas en su linda casita, siempre ordenada y con bonitos adornos. Todo con la alegría y las bromas amistosas que levantaban el espíritu y relativizaban los problemas que nunca faltan en la vida. Con esto, lograba empujar y perseverar en lo que se había empezado con tanta visión, fe y confianza en la ‘Gran causa por el bien de la Tierra y de la humanidad’. Sin esta personalidad de Julia y su lucha casi incansable, no se habría podido realizar esta maestría, que dio (¿y sigue dando?) un rumbo positivo y humanístico a las carreras profesionales de muchos estudiantes y docentes en la Amazonía peruana y, asimismo, a los mismos moradores en esta gran selva amazónica.

Todo este ideal y la lucha de ella para contribuir con su parte, aportar su ‘granito’ al hacer participar al país en el ámbito socioecológico científico e internacional, no dejaría sin embargo de afectar su salud. El estrés, la compleja realidad social y académica y también la misma contaminación del aire en Iquitos tuvo su impacto físico, que a veces la dejaba fuera de combate obligándola a tratamientos médicos y reposos prolongados. Fue afortunado y justo que recibiera el reconocimiento de parte de la UNAP por su desempeño durante tantos años, últimamente con el agradecimiento oficial en septiembre por su gestión 2016-2020 como decana de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades.

Pero el agotamiento la debilitaba cada vez más. Sin embargo, mantenía el espíritu en alto enviándome por WhatsApp casi semanalmente toda clase de saludos artísticos, musicales, chistosos y pintorescos para mantener nuestra amistad y alegría en estas condiciones adversas. Pero el 24 de febrero me mandó un mensaje alarmante de que le había caído una crisis de asma bronquial, y que una prueba molecular iba a dar resultado en los días siguientes. Le contesté asustado, pero esperaba que ojalá no fuera covid. Luego, sin embargo, no me mandó más noticias, y siento muchísimo no haber seguido su estado de salud. Hasta que ya era tarde: la noche del 3 de marzo me llamó entre lágrimas Irene Castro, que Julia había fallecido víctima de covid. Me quedo muy arrepentido no haberle contactado este fin de semana.

Te agradezco Julita por tu amistad, tu espíritu y cordialidad, por lo que has significado para mí, para tu familia y para mucha gente en Iquitos y afuera. Mereces nuestra gratitud y recuerdo siempre.

Un gran abrazo de amigo,

Tom