Sanción social y emociones
En el vicio social del machismo paralizante, la masculinidad se manifiesta por erradicar el llanto y más bien recurrir al alcohol que obnubila y distorsiona la realidad como un elemento para esgrimir poder, fuerza y contención emocional en un mundo cada vez más convulsionado, de cambios radicales en todo sentido, haciendo una suma letal destinada, nada más que al fracaso de la convivencia entre los seres humanos...
- Selva Morey Ríos
- Docente principal de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de la UNAP
Las emociones forman parte de la vida de los seres humanos. Si en alguna circunstancia acomete con intensidad un sentimiento, este aflorará de muchas maneras: con beneplácito, con ira, con malestar, con profunda melancolía y se hará evidente con risas, con refunfuños y gritos, con discreto mutismo y hasta con lágrimas. Las lágrimas han sido siempre un vehículo de gran dolor moral, cuando ya no es posible ocultar el sentimiento que desborda toda la serenidad con que se debe ocultar un hecho lesivo y agobiante, en aras de la imagen social. En uno u otro sexo esta situación se contempla con tolerancia. Cuando las mujeres lloran se las justifica por su vulnerabilidad, su frágil condición. Pero cuando ocurre en el sexo masculino se etiqueta y pone en tela de juicio, su virilidad.
Sandra Newman, escritora norteamericana, dice en una de sus obras: Una de nuestras ideas más firmemente arraigadas respecto a la masculinidad es que los hombres de verdad no lloran, pueden derramar una lágrima discreta en un funeral, sí; pero se espera que se contenga de inmediato. Sollozar abiertamente es cosa de niñas.
Sin embargo, en las novelas medievales los caballeros plañían solo porque extrañaban a sus novias. En las crónicas de la Edad Media, un embajador constantemente rompe en llanto al dirigirse a Felipe III de Borgoña; acto seguido todos los asistentes al congreso de paz se tiran al piso, entre sollozos y gemidos mientras escuchan el diálogo. En Lancelot, El Caballero de la Carreta, de Chrétien de Troyes, el mismo Lancelot solloza ante una breve separación de Ginebra. La Biblia está llena de episodios de llantos efusivos: reyes, pueblos enteros, incluso Dios mismo encarnado en Jesús, cuyo testimonio se encuentra en Juan 11:35 donde dice: “Jesús, lloró”.
Pregunta Newman en su artículo “Los hombres no lloran. ¿Por qué?”, ¿a dónde se fueron todas las lágrimas masculinas? Que se sepa no hubo ningún movimiento antilágrimas, menos un edicto prohibiéndolas. Como ya vimos, tradicionalmente se tomaba con toda naturalidad este testimonio de múltiples sentimientos que convertidas en llanto humano, ayudaba a equilibrar las emociones, preservaba la salud mental y hacía la catarsis necesaria para retomar el rumbo de la acciones normales.
La respuesta tiene que estar en relación con el cambio y modificaciones que ocurrieron al pasar de una sociedad feudal agraria a una urbana e industrializada, donde las personas fueron dejando, por la demanda laboral, el núcleo familiar en el que todos se conocían y daban por naturales las manifestaciones emocionales que demostraban hombres y mujeres, incluido el llanto.
Ya para los siglos XVIII y XX, la población urbana creció tanto que la gente empezó a vivir con miles de extraños. Ya no era posible el desahogo natural humano, sino demostrar fortaleza, superioridad, productividad donde las manifestaciones emocionales se consideraban una pérdida de tiempo. Pero el diseño humano no está hecho para esconder sus emociones y el contener las lágrimas acarrea riesgos que puede afectar el bienestar. Existe una relación estrecha entre emociones y salud. La reacción ante determinadas situaciones y las emociones son diferentes en cada individuo. Hay personas que ante un exceso de carga emocional les impele llorar y al no hacerlo pueden tener serios problemas de salud: cefaleas, obsesiones, adicciones, insomnio, etc. Entonces, hay un síntoma de alarma diferente para cada persona y las acciones de naturaleza humana son desfogues para prevenir los riesgos, siendo el llanto uno de ellos.
En el vicio social del machismo paralizante, la masculinidad se manifiesta por erradicar el llanto y más bien recurrir al alcohol que obnubila y distorsiona la realidad como un elemento para esgrimir poder, fuerza y contención emocional en un mundo cada vez más convulsionado, de cambios radicales en todo sentido, haciendo una suma letal destinada, nada más que al fracaso de la convivencia entre los seres humanos. De ahí no hubo, para los hombres, más que un paso al suicidio como una salida de la presión emocional. Para esta generalidad masculina llorar significa proclamar debilidad, falta de firmeza en las convicciones y decisiones, en suma: cobardía, indefinición de su condición de género, vulnerabilidad ante sus pares. Ahora, en tiempos de cibernética y globalización aún andamos sin encontrar un equilibrio natural humano. Es imposible, en algún momento de la vida, llorar por alguna razón y, debemos reaprender a hacerlo porque ofrece grandes beneficios. El primero, humanizarnos, para mejorar la calidad de la convivencia en un mundo difícil. Emulando a Sandra Newman: “Porque, como dice el Antiguo Testamento: «Los que sembraron con lágrimas, con regocijo, segarán»”.
- Al experimentar ira, tristeza, ansiedad o depresión de manera intensa, tienden a producirse cambios de conducta que hace que abandonemos hábitos saludables como la alimentación equilibrada, el ejercicio físico o la vida social y los sustituyamos por otros como el sedentarismo o la adicciones (tabaco, alcohol) para contrarrestar o eliminar estas experiencias emocionales.
- Las reacciones emocionales prolongadas en el tiempo mantienen niveles de activación fisiológica intensos que pueden deteriorar nuestra salud si se cronifican: la activación del sistema nervioso autónomo con elevación de la frecuencia cardíaca, hipertensión arterial, aumento de la tensión muscular, disfunción central de la neurotransmisión, activación del eje hipotalámico-hipofisario-corticosuprarrenal con perturbación de ritmos circadianos de cortisol etc. Esta alta activación fisiológica puede estar asociada a un cierto grado de inmunosupresión, lo que nos vuelve más vulnerables al desarrollo de enfermedades infecciosas o de tipo inmunológico.
- En definitiva, El machismo no sólo oprime a la mujer sino que también castiga en el varón todo tipo de comportamiento femenino (como llorar o sensibilizarse), lo que es el cimiento de la homofobia. El machismo no admite conductas en el hombre que considera que no son adecuadamente masculinas. El machismo responde a una expresión cultural que fue perpetuada a través de las distintas épocas históricas bajo la forma de un patriarcado, y que fue reforzada por la iglesia, los intereses económicos y las ambiciones de poder, entre otras cosas.