Discapacitados modernos

(Imagen: Vatican News

  • Selva Morey
  • Docente principal de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de la UNAP
  • selvamorey75@gmail.com

Caminando por las calles aún con el tapaboca y todavía con cierto temor por posible contagio de la infección que ocasionara miles de fallecidos, la población se ha volcado a sus actividades fuera de casa. De la normalidad anterior a la de hoy solo han quedado pequeños detalles que la evidencian: el uso de mascarillas y el soterrado temor a convertirse en un posible número en la estadística mortal.

La palabra discapacidad que alude a la falta o limitación de alguna facultad física o mental que imposibilita o dificulta el desarrollo normal de la actividad de una persona, pareciera que cobra visos de realidad ante las secuelas que devinieron de la pandemia. Los términos que ahora utilizamos para nombrar situaciones anímico-emocionales que, efectivamente, son un reflejo del trauma vivencial, no responden a la verdadera significación de la palabra según el DRAE, pero sus consecuencias corroboran con exactitud la dimensión de estas. La población, en su mayoría, ha desarrollado cuadros de ansiedad en los que síntomas como: ahogos, nerviosismo, respiración agitada, sudoración, debilidad o cansancio son signos de mucha preocupación que, al decir de sus dolientes, corresponden a peligrosas enfermedades o a un resurgimiento de otra modalidad del covid-19, lo que no da tregua en el ánimo de las personas, muchas de las cuales tienen trabajo remoto por muchas horas y se encuentran impedidos de la atención pertinente para estos casos. Psicológicamente, la población ha enfermado y al haber internalizado todos los sucesos que fueron motivo de gran angustia con el desarrollo de la pandemia en meses anteriores, agravado por la pérdida de familiares y amigos, aún no puede recuperar la tranquilidad y la confianza en que, este flagelo, va erradicándose por las medidas adoptadas, uso de mascarillas, lavado de manos, y normas higiénicas básicas que debe ser práctica permanente para garantizar la vida y la salud, además de inocularse las dosis de vacunación reglamentarias.

Uno de los factores que han contribuido a este orden de cosas es la información mediática profusa y. muchas veces, estresante; a pesar de que las noticias trataron siempre de alertar y guiar a la población en las pautas a seguir, sin embargo, ya todos sabemos cómo debemos comportarnos con esta pandemia y espectar la televisión y escuchar mensajes alarmistas, promueve aún más los malestares ya mencionados.

Los médicos que tratan estos problemas tienen los consultorios atestados y reciben esta sintomatología de manera reiterada por sus pacientes. Pero, ¿qué medidas es preciso adoptar para paliar la ansiedad?

También a mi, como a muchos amigos y familiares, me tocó vivir la tensión, el miedo, con la experiencia de la enfermedad. También, en ocasiones, padecí estados ansiosos que no sabía a qué atribuirlos hasta que fue descubriéndose el motivo de tanta angustia con las investigaciones que aún siguen sobre el flagelo que todavía padecemos, porque luego de la enfermedad, siguen las secuelas en el organismo debilitado y vulnerable por los estragos del mal. Es la discapacidad moderna que no se muestra como las conocidas, sino envuelta en cuasi normalidad y solo ataca en soledad, precisamente, cuando el cerebro elucubra silenciosamente, entonces comienzan las imágenes a copar el pensamiento y también se inicia la confusión, el galopar cardiaco, el sofoco que da paso al pánico, sino a la desesperación. Entonces, ¿qué hacer? Respirar, profundamente y por un tiempo más o menos largo, hasta que los síntomas empiezan a declinar y puede retomarse el control, puede ayudar eficientemente un ansiolítico y distraerse con alguna actividad manual que distraiga. Estas son algunas de las recomendaciones médicas.

Tenemos aún por mucho tiempo más que vivir con este sobresalto anímico-emocional que convierte a los dolientes en discapacitados modernos hasta encontrar, cada quien, una estrategia vivencial que aleje a los demonios de la ansiedad y los temores enraizados en la psiquis humana y les sea posible retomar la vida con la confianza que se perdió, pero que puede reconstruirse con decisión, voluntad y alerta permanente. Vale la pena renacer con tanta experiencia aquilatada y de nuevo asir con seguridad el timón de la vida.